Mafias, sentencias, imagen y soberanía
Por Pablo Mckinney │ Publicado en Listín Diario │ 10/08/2015
Las mafias
Durante años, las mafias públicas y privadas (buscones -civiles y militares- captadores de obreros haitianos sin documentos para ponerlos al servicio de empresarios insaciables y gobiernos irresponsables), durante años, ya digo, las mafias fueron creando el caos que ahora se nos ha echado encima a los dominicanos. Por primera vez en décadas, un gobierno intenta poner cierto orden en nuestra hasta hace muy poco inexistente política migratoria. Primero no hubo ley, luego no había reglamento y cuando hubo reglamento y ley de migración no había gobierno dispuesto a aplicarla. Voluntad política, quiero decir.
La sentencia “salvadora”
Sólo la inhumana y anticristiana sentencia del Tribunal Constitucional, que despojaba de su nacionalidad a dominicanos por su origen haitiano, obligó al Poder Ejecutivo a reaccionar con su valiente Ley de Naturalización. Y lo hizo porque sabía que de no hacerlo, el mundo no le iba a permitir ese “genocidio civil”, ese “Apartheid caribeño en contra de miles de ciudadanos cuyos padres extranjeros, primero, y luego ellos como dominicanos (a partir del Jus Solis vigente hasta la Constitución de 2010), habían ayudado a construir el país con su trabajo en el cañaveral, en la finca o la construcción. (La agricultura dominicana tiene sabor a pobres, es bilingüe, no habla inglés y no es verde sino negra). El fusilamiento civil que la sentencia del TC mandaba, no se lo iba a aceptar al Estado Dominicano el resto del mundo civilizado ni las instituciones y países con los que soberanamente ha firmado convenios comerciales o de respeto a los derechos humanos. Con su Ley, el gobierno salvó al país de la hecatombe; pero el daño estaba hecho y nuestra imagen dañada. (Lean al maestro: “nuestros campos de gloria repiten: son del ingenio” PMir.)
La mala imagen
La imagen que de un país tiene el resto del mundo es la suma de sus actuaciones. Y durante años, el Estado dominicano ha ido creando su propio descrédito, sembrando la desconfianza entre sus pares. Hoy, el mundo nos exige respetar los derechos humanos de los inmigrantes y de los dominicanos de origen haitiano, pero resulta que el Estado dominicano hace tiempo que perdió el principio de autoridad, la capacidad respetar y hacer respetar las leyes y de ofrecer a sus ciudadanos -mulatos descafeinados, blancos, negros o morenos, a pie o en Mercedes-, un mínimo de seguridad ciudadana, que es un derecho humano tan fundamental como elemental. (A las actuaciones de patrullas policiales asaltando ciudadanos me remito). He ahí, el gran drama que este escenario presenta.
No es la soberanía, es la democracia
Hoy, no es la soberanía nacional la que está en peligro, sino la viabilidad democrática del país, porque la ambición de políticos y empresarios insaciables ha hecho depender la producción nacional en el agro, en la construcción y en los servicios, de una mano de obra indocumentada que por negra y pobre gran parte de la población dominicana rechaza, a partir de que los dominicanos no nos asumimos como negros sino como “indios claros, “trigueños amoreneaos” y otras formas de alienación y negación de sí mismos.
Sin patrioterismo fantoche
Si ustedes lo prefieren, nos podemos caer a mentiritas y a frases gastadas de patrioterismo fantoche, pero lo cierto es que no es la soberanía nacional lo que está en peligro, sino la imagen internacional de un país cuya clase dirigente -en la política y en la economía- no ha estado nunca a la altura de los mandatos de Dios -que era mulato-, ni de los hombres que inspiraron esto que llamamos dominicanidad y que no estaría completa sin los colectivos que la han conformado y que incluye a los dominicanos hijos de españoles, cubanos, chinos, estadounidenses y también de haitianos, sobre todo de haitianos. Con su permiso.
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