El fin de la desnacionalización como horizonte moral para la época que nos ha tocado vivir
Por Antony Stevens-Acevedo
La derecha política dominicana, con el apoyo de las actuales dirigencias del Partido de la Liberación Dominicana y del Partido Revolucionario Dominicano, puede estar contenta y orgullosa por el acorralamiento cívico al que está sometiendo en estos tiempos, desde los organismos del Estado Dominicano, a cientos de miles de dominicanos hijos de extranjeros mediante las iniciativas de la actual Junta Central Electoral y las sentencias emitidas por el Tribunal Constitucional de la República Dominicana, empezando con la sentencia TC/0168/13, que declaran nula la nacionalidad dominicana de los dominicanos hijos o descendientes de inmigrantes indocumentados llegados a República Dominicana a partir de 1929.
Con su iniciativa segregacionista y discriminatoria la derecha política dominicana, a la que ahora se han unido, insisto, en un proceso de derechización ideológica, el Partido de la Liberación Dominicana y el Partido Revolucionario Dominicano, está provocando un tremendo pesar en casi un cuarto de millón de dominicanos en un acto de ataque étnico que nunca se había visto en la historia dominicana, porque no sólo ha sido premeditado sino justificado con argumentos de todo tipo, incluidos los jurídicos, a los que arbitraria y fríamente se les quiere dar una legitimidad que no tienen. Con su movida de sectarismo étnico, la derecha dominicana también ha indignado profundamente a todos los otros dominicanos que creemos en la dignidad y necesidad de una nacionalidad, de un Estado, de un estatus político y cívico, compartido en igualdad jurídica, o sea, integrado en su base por una solidaridad de igualdades cívicas individuales entre todos los que nacen y son descendientes de quienes proceden del territorio dominicano reivindicado como nación por los trinitarios.
Sin embargo, por grande que esté siendo la agresión, por indignante que esté siendo la movida, personalmente no tengo más opción moral que verla como un momento más o menos puntual de la historia dominicana que quedará luego en los libros de historia dominicana, me dice la intuición, como un último zarpazo político del trujillismo dominicano que se niega a morir ante unas realidades históricas nacionales cuya complejidad no es capaz de digerir y ante un mundo cuyas tendencias políticas y culturales no es capaz de incorporar. O mi percepción de la época que me ha tocado vivir, o mejor dicho, mi percepción de este momento de ella, está distorsionada por un idealismo vaporoso, o la desnacionalización y des-ciudadanización de ese casi cuarto de millón de dominicanos es el último intento de la derecha dominicana por lidiar con el tema haitiano desde el estilo trujillista de la arbitrariedad y el prejuicio en que se ha educado y formado pero que no tiene cabida en el mundo de hoy.
La pregunta para mí no es si la derecha política dominicana, el Partido de la Liberación Dominicana y el Partido Revolucionario Dominicano van a lograr imponer esta desnacionalización y esta desciudadanización a casi un cuarto de millón de dominicanos, sino cuánto va a durar su intento por imponerlas antes de que los dominicanos que tienen un sentido de nacionalidad más incluyente y moderno, con su activismo, y el resto del mundo, a través de los organismos internacionales, terminen por deshacerlas. Porque esta concepción retroactiva de la ilegalidad cívica, este concepto del “tránsito” atemporal en que se basa la iniciativa, por un lado, y el proceso de segregación legal contra esta masa de dominicanos que hasta ayer mismo la mayoría de los otros dominicanos veían como con-ciudadanos, por el otro, me parecen ambos tan descabellados y tan fuera de sintonía con la cultura política internacional de hoy en día, que no me puedo creer que vayan a tener “éxito” a largo plazo. Es por tanto, según lo veo yo, una cuestión de tiempo, y la preocupación que queda es cuánta va a ser la indignidad y la discriminación que se van a acumular antes de que fracase, antes de que se disuelva, o mejor dicho antes de que la hagamos fracasar y la hagamos disolverse.
En lo que a mí respecta, este asunto lo veo como tan básico para la definición de la dominicanidad moderna que, si me preguntan, diría que posiblemente, en la medida en que dedico tiempo de mi existencia a enterarme de lo que les pasa a los dominicanos como sociedad, y en la medida en que como dominicano me siento con el derecho a intentar incidir en ese devenir, no pararé un instante en lo que me quede de vida haciendo lo que pueda por ver llegar el día en que esta desnacionalización y esta des-ciudadanización sean cosa del pasado y en que ese casi cuarto millón de dominicanos ahora discriminado sea reintegrado a la ciudadanía dominicana plena compartida en solidaridad siquiera sea en el ámbito cívico. No me hace ninguna ilusión pasarme el resto de la vida como resignado ante la prepotencia de la derecha dominicana, ni ante el oportunismo político gigantesco de los dos partidos políticos dominicanos ahora mayoritarios, por imponernos a todos los demás su definición o capricho de nación, como si la mayoría que los demás constituimos no tuviéramos ninguna voz en la construcción y puesta al día de la nacionalidad de la que, por definición, todos somos parte. Y me pregunto cuántos otros dominicanos se sentirán de la misma manera en estos momentos, si estarán dispuestos acaso a pasarse lo que les quede de existencia en el país consintiendo un orden y una definición cívicos impuestos sin ninguna necesidad social, ni económica, ni cultural, ni de ningún tipo, por la derecha dominicana y por los políticos derechizados dominicanos.
Por otro lado, me pregunto si la comunidad internacional, que necesita mantener unos niveles mínimos de coherencia institucional con las prácticas democráticas que predica, va a tolerar indefinidamente también esta desnacionalización y la des-ciudadanización. Es una comunidad internacional donde el racismo y la discriminación étnica, especialmente los heredados de los siglos de esclavitud ejercida contra poblaciones negro-africanas, ha generado tanto desprestigio global, que me da la impresión de que a pesar de todo el cinismo político reinante, ya toda segregación legalizada e institucionalizada contra negros y descendientes de negros, ha dejado de ser simpática y vendible.
A lo peor me equivoco, pero la crudeza y la falta de matización jurídica con que la derecha dominicana ha abordado esta iniciativa de exclusión han sido tales que no se dan cuenta de cómo se miran y cómo sientan a nivel internacional, en una comunidad internacional donde las poblaciones negras y descendientes de negros viven unos estados de sensibilización enormes contra todo lo que huela a discriminación racial o supremacismo anti-negro. Y para mala suerte de la derecha dominicana, estamos hablando de una discriminación decretada contra una población descendiente de inmigrantes que está constituida en su mayoría abrumadora por seres humanos de raza negra. En otras palabras, que veo muy difícil que la derecha dominicana y el régimen estatal actual que parece estarla apoyando en esta aventura políticamente desquiciada, vayan a lograr quitarse de su imagen el marchamo de racistas con que cada vez más la han ido saturando. E incluso en el caso de que su prejuicio sea más xenofobia que racismo, como no han querido tomar en cuenta las percepciones del resto del mundo que los mira, ellos serán los principales responsables, por su arrogancia, si se les endilga esa imagen por más tiempo del que ellos se crean merecedores.
Por otro lado, me pregunto si la derecha criolla y sus aliados ahora encumbrados en los poderes judicial, ejecutivo y legislativo de República Dominicana se creen de verdad que la discriminación retroactiva que están decretando se practica igualmente en muchos otros países del mundo. Han repetido hasta la saciedad que otras naciones no conceden automáticamente la nacionalidad a los hijos de extranjeros nacidos en sus respectivos territorios. Pero no he visto todavía la primera mención de otro estado nacional que haya pretendido en tiempos recientes hacer una desnacionalización con hasta ochenta años de retroactividad, un lapso que no sólo genera preguntas respecto a responsabilidades incurridas por no hacer nada para corregir situaciones durante ocho décadas, sino preguntas sobre derechos adquiridos. Y me pregunto en cuántas legislaciones nacionales del mundo se define el concepto de “tránsito” como un estatus atemporal, sin límites cronológicos específicos, en cuanto a visitantes o inmigrantes extranjeros. Me cuesta trabajo imaginarme que esos sean detalles, por la manera en que afectan a la vida de las personas, que hayan sido dejados a la pura casualidad en las legislaciones del resto del mundo.
Por todo lo anterior es que tengo la impresión que con el activismo de quienes no queremos una definición legal excluyente ni segregacionista de la nacionalidad dominicana y con lo que, al parecer, es la percepción internacional predominante del problema de la desnacionalización y des-ciudadanización como lo ha creado la derecha dominicana, esta iniciativa está históricamente condenada. Me pregunto si la derecha dominicana, pero sobre todo el Partido de la Liberación Dominicana y el Partido Revolucionario Dominicano son conscientes plenamente del desprestigio internacional en que ya han incurrido y en la naturaleza probablemente creciente de ese desprestigio a medida que pasan los días.
Y así como los trinitarios supieron aliarse con extranjeros que estuvieron dispuestos a darles una mano para la independencia por la que luchaban, yo no veo ningún problema en que los dominicanos que aspiramos a una nación más integradora usemos todas las ayudas posibles para lograr los niveles de solidaridad e igualdad cívicas de la nacionalidad y ciudadanía a las que aspiramos para todos los dominicanos. La derecha dominicana ha sabido aliarse cuantas veces lo ha considerado necesario con gobiernos extranjeros cuando se trataba de afianzar y fortalecer los dominios que ha ejercido sobre el resto de los dominicanos. Si quienes queremos una dominicanidad más solidaria y entendemos a la nación como parte de un mundo globalizado que no debe funcionar solamente al servicio de las derechas estamos claros en esto, bienvenida sea todo el apoyo internacional al establecimiento de esa dominicanidad internamente más solidaria. Y bienvenidas sean, por supuesto, todas las alianzas que los dominicanos progresistas de la diáspora dominicana alrededor del mundo podamos tejer con los dominicanos que luchan por una nacionalidad sin exclusiones dentro de República Dominicana.
Esta desnacionalización y des-ciudadanización, y no soy yo el único que lo dice ni lo cree, son un hecho esencialmente político y su formalización judicial responde a un entendimiento político. Son resultado de decisiones, de opciones, políticas que ha decidido tomar a estas alturas de la historia del mundo la derecha dominicana y los políticos oportunistas dominicanos que creen que necesitan a esa derecha para perpetuarse en el poder. No son dogmas divinos y ni aunque lo fuesen, lo que está claro es que se pueden revertir y anular, en la práctica, con nuevas iniciativas constitucionales y legales que reestablezcan la ciudadanía dominicana como una realidad cívica compartida en igualdad plena entre todos los dominicanos.
Las constituciones y los tribunales no están hechos para tiranizar a sus poblaciones, están hechos para organizar la vida social según la voluntad y la definición que de sí mismos como colectividad tienen los ciudadanos. Un Tribunal Constitucional puede ser todo lo inapelable que sea en cuanto a interpretar una constitución (en el caso, que no es el presente, en que la interprete con un mínimo de coherencia conceptual), pero las constituciones y las leyes los ciudadanos las definen y redefinen cuántas veces lo consideren necesario. Y cuando lo hacen derogan las decisiones anteriores y todos los tribunales tienen que asumir las nuevas que emanen de la voluntad soberana del pueblo legislada a través, precisamente, de sus legisladores. De lo contrario estaríamos todavía viviendo legislaciones republicanas y «democráticas» como las de hace siglo y pico que imponían nada más y nada menos que la ignominia de la esclavitud, la exclusión de los votantes pobres, la exclusión de los votantes negros, la exclusión del voto femenino, el trabajo industrial infantil, la discriminación de las personas con discapacidades, el matrimonio heterosexual y tantas otras discriminaciones.
Yo no dudo, entonces, sobre el hecho de que esta desnacionalización y des-ciudadanización van a acabar como un breve capítulo, amarguísimo y vergonzante, por cierto, de la historia contemporánea dominicana. Y no dudo que los líderes específicos de la derecha dominicana, de este Gobierno, del Partido de la Liberación Dominicana y del Partido Revolucionario de este momento que vivimos van a pasar a la historia como cómplices de un engendro político abusivo, discriminador y políticamente torpe. Sólo me pregunto cuánto tiempo vamos a tardar en derrotarlos y cuánto tiempo o no los recordaremos por este abuso, esta insensibilidad y este reaccionarismo históricamente mayúsculos.
En lo que a mi me atañe, confío, y voy a confiar por principio, en ver el fin nítido de este triste esperpento colectivo dominicano antes de pasar a mejor vida, y eso me alienta a poner mis empeños en hacerlo llegar cuanto antes –no importa el tiempo que tarde–, y confío en que seamos cada vez más los dominicanos que aunemos nuestras fuerzas para hacerlo llegar y entrar entonces a un futuro donde este tipo de herencias históricas obsoletas no sea lo que tenga que ocupar nuestras vidas.