168 mil flores para Katia y Ana Isabel
Escrito por Jimmy Sierra Duran
“¡Oh, sociedad! ¿Cómo puedes avanzar en tu camino si a cada paso tienes que detenerte para juzgar a tus propios jueces?”. (Gatagás El Divino en “Las 13 maldiciones de Papá Liborio”).
No es verdad que las 147 páginas de la sentencia 168 del TC están llenas de oprobio. Visto en perspectiva, en medio de las tinieblas brillan dos faros de luz: las opiniones disidentes de las magistradas Ana Isabel Bonilla Hernández y Katia Miguelina Jiménez Martínez.
Se resistieron al odio. Para ellas dos claveles, amapolas y camelias, a nombre de los hijos de los dominicanos nacidos en el Bronx, Queens y el Alto Manhattan, quienes difícilmente sepan que fue Boyer y no José Núñez de Cáceres quien abolió la esclavitud en esta isla. Ellas no fueron partidarias del deshonor, por lo que merecen crisantemos, hortensias y gladiolos de los hijos de los dominicanos nacidos en Brooklyn, Staten Island y Westchester, muy pocos de los cuales saben que fue ese mismo Boyer, entre 1822 y 1825, quien trajo negros libertos, cuya libertad fue comprada, para poblar varios lugares del país, principalmente Samaná.
Esas nobles magistradas se levantaron contra la iniquidad, debiendo por ello recibir jazmines, laureles y magnolias de parte de los miles de hijos de dominicanos nacidos en Miami, Orlando y Tampa, a quienes difícilmente se les diga que fue ese mismo Boyer el que expropió los latifundios, que estaban en su mayoría en poder del clero, para entregarlos a los negros liberados.
Sus 46 páginas contra la aberración debieran ser premiadas con jacintos, azucenas y lirios por los cientos de hijos de dominicanos nacidos en Ponce, Santurce y Mayagüez, aunque estos no sepan que las leyes y códigos que han dominado el escenario jurídico del país por casi doscientos años fueron dejados por los haitianos al retirarse del país. Gracias Katia y Ana Isabel. Disfruten de una alfombra de rosas, margaritas y orquídeas y violetas a nombre de los hijos de los dominicanos nacidos en Barcelona, Madrid y Las Canarias, a pesar de que la mayoría de ellos ignora que, cuando en 1861 Santana entregó el país a España y los dominicanos comenzaron a sublevarse contra ellos en la Guerra de la Restauración los haitianos entendieron que ya no luchábamos para volver a caer en manos de Francia o España sino para ser libres, por lo que apoyaron con calor esa causa poniendo a su país como refugio para los dominicanos, al tiempo que armaban a los restauradores. Es por ello que se atribuye a Sánchez haber dicho: “Entro por Haití porque no puedo hacerlo por otra parte, pero si alguien pretendiese mancillar mi nombre por eso, decidle que yo soy la Bandera Nacional”.
No se dejaron arrastrar a una felonía. Rechazaron la venganza por lo de Moca o por el 1937, siguiendo la idea de Gatagás: “La venganza es un hacha que pende del cuello del verdugo. Y pesa tanto que puede hacerle caer y cortar su propia garganta”. Por eso, para ellas una escalera al cielo a base de violetas, narcisos y magnolias en nombre de los hijos de los dominicanos nacidos en Lynn, Loren y Boston, quienes tal vez ignoren que fue el general Ramiro Matos González quien escribió el libro “Banderas y Escudos Dominicanos”, donde estableció que el haitiano pudo ser el punto de partida para la confección del nuestro.
Katia y Ana Isabel, desde la página 101 a la 147, ustedes desmintieron a la sinrazón. Reciban, entonces nardos, geranios y azaleas provenientes de los hijos de los dominicanos, nacidos en Amsterdam, Berlín y Roma que, en general, no conocen lo expuesto por el Padre de la Historia Dominicana, José Gabriel García, sobre el origen de nuestra bandera tricolor: “Para conseguir, pues, el fin deseado por los separatistas, necesario era dar a la enseña que debía servir de lábaro a la nacionalidad dominicana, una significación diametralmente opuesta, ora escogiendo para formarla colores diferentes a los de la bandera haitiana, ora combinados estos colores con el blanco que considerado por aquéllos como principio de discordia, debía ser para los dominicanos símbolo de paz y de armonía. Inspirado en esta creencia y enardecida su fe patriótica por la que tenía en las doctrinas de la religión cristiana, fue por lo que el caudillo nacional, buscando en el signo de la redención el medio de resolver el difícil problema concibió la grande idea de separar los colores de la bandera haitiana con una cruz blanca, para significar de este modo al mundo, que el pueblo dominicano, al ingresar en la vida de la libertad, proclamaba la unión de todas las razas por los vínculos de la civilización y del cristianismo.
Por cerrar las puertas al atropello, reciban también mil crisantemos de parte de los que recordamos el apoyo que nos dieron los haitianos que estaban luchando con las armas en las manos en defensa de nuestra bandera durante la ocupación USA de 1965, donde cayó el poeta ¿domínico?-haitiano Jacques Viau Renaud, quien fuera herido mortalmente durante el ataque de las tropas de ocupación a la Zona Constitucionalista el 15 de junio de 1961, muriendo el 21 de ese mismo mes. ¡Oh!, a propósito del 21 nos viene la pregunta: ¿Por qué los fervorosos “nacionalistas” no van a Haití, a la Sabana Real de la Limonade, los 21 de enero de cada año, a pies y en procesión, a expiar sus múltiples pecados, para rendir tributo al lugar donde nació la Virgen de la Altagracia en la batalla que enfrentó a Antonio Miniel y a Cussy el 21 de enero de 1691?
Flores para ti, Katia y para ti, Ana Isabel, en memoria de los padres de la patria de los distintos países de América, cuyos ascendientes fueron inmigrantes, la mayoría españoles: Simón Bolívar, José de San Martín, Francisco Miranda, José Martí, José Gervasio Artigas, José María Córdova, José Antonio Páez, José Joaquín Olmedo y Juan Pablo Duarte, cuyo padre, Juan José Duarte Rodríguez, había nacido en la ciudad de Veger de la Frontera, Cádiz. Los padres de George Washington eran ingleses y el padre de Antonio José Sucre, irlandés.
Y finalmente, ilustres damas, en estos tiempos difíciles de confusión y caos, cuando se tumban gobiernos por los “bi-bis”, se hacen revoluciones por Facebook y Twitter y los guerrilleros salen al combate, no con AK 47 o fusiles Fal, sino con iPhone 5s, Samsung Galaxy S4 y otros dispositivos de última generación, reciban ustedes una flor de cayena a nombre de un inmigrante llamado Albert Einstein quien, quizás mirando al cielo y con una flor de loto entre las manos, dijo: “¡Triste época la nuestra! Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio”.